El saber:
¿Nos hace mejores o más felices?
Reflexiones en torno a las propuestas de E. Morin
Daniel Hernández-Jiménez*
Resumen
Se delinean algunas reflexiones que buscan dar respuesta a la interrogante que sirve de título a estas notas. Para ello se presenta una interpretación de las ideas expresadas por el filósofo francés Edgar Morin en su ensayo sobre los siete saberes necesarios de la educación del futuro.
Palabras clave: EDUCACIÓN - COMPRENSIÓN -
COMPLEJIDAD - FELICIDAD
* Bachiller en Ingeniería Electrónica del Instituto Tecnológico de Costa Rica, Profesor de Estado, en Educación Industrial con Énfasis en Electrónica del Centro de Investigación y Perfeccionamiento de la Educación Técnica (CIPET-MEP), actualmente parte de la Universidad Técnica Nacional, Licenciado en Ciencias de la Educación con Énfasis en Docencia. Especialidad: Ingeniería en Electrónica de la Universidad Estatal a Distancia; Master en Ciencias de la Educación con Énfasis en Curriculum de la Universidad Latina de Costa Rica y Doctor en Ciencias de la Educación de la Universidad Estatal a Distancia,
Jefe del Departamento de Formación Profesional, CFIA
Abstract
Some thoughts which seek to respond to the question that serves as title to these notes are delineated. This is an interpretation of the ideas expressed by the French philosopher Edgar Morin in his essay on seven knowledge necessary for the education of the future.
Keywords: EDUCATION - UNDERSTANDING -
COMPLEXITY- HAPPINESS
Recibido: 17 de febrero de 2014
Aceptado: 4 marzo de 2014
Proemio
El saber más no nos hace mejores ni más felices. Esta es la categórica aseveración que hace Kleist y que cita E. Morin, en su ensayo: “La cabeza bien puesta: repensar la reforma, reformar el pensamiento” (Morin, 2002, p.9).
Cabe preguntarse, ¿es esto así? ¿Para qué entonces la búsqueda afanosa del saber, que parece caracterizar lo humano? ¿Será acaso que lo contrario es lo correcto, y para alcanzar la felicidad y encumbrar a la humanidad a sus más altas aspiraciones debemos prescindir del saber y abandonarnos a la ignorancia?
Sirva el estudio de los escritos de E. Morin: Los siete saberes necesarios a la educación del futuro y el antes señalado, como excusa válida para ensayar algunas respuestas a las interrogantes propuestas y que la sumaria sentencia de Kleist, nos ha invitado a realizar.
¿Será acaso que el saber no nos hace mejores ni más felices?
E. Morin en su prólogo al ensayo de los siete saberes necesarios a la educación del futuro, propone sus reflexiones como un antecedente a cualquier guía o compendio de enseñanza, con independencia de sociedad o cultura. Da por descontado el valor del saber, su necesidad y su carácter de fundamental, para la condición humana.
Para Morin, se debe examinar la naturaleza del conocimiento, debe realizarse un ejercicio meta cognitivo, que permita dilucidar el conocimiento de sus dos posibles desviaciones: el error y la ilusión. Estos dos aspectos, son inherentes al conocimiento mismo, lo acompañan y lo oscurecen en mayor o menor grado. El conocimiento perfecto, no es posible, tan solo se puede en una suerte de aproximaciones sucesivas, minimizar los efectos del error y la ilusión, a los que tenderá todo esfuerzo por conocer, sino se hace lo propio para evitar su influencia.
El principio del proceso es la conciencia de lo inacabado y limitado de todo conocimiento. De seguido deben abordarse los aspectos cerebrales, mentales y culturales que mediatizan el conocimiento y que por lo tanto lo relativizan. Las posibilidades de equivocar el camino surgen tanto del interior del ser humano, como del exterior y están ahí, no queda más que reconocerlas, para evitar en alguna medida su influjo en el recto conocer:
Las posibilidades de error y de ilusión son múltiples y permanentes: las que vienen del exterior cultural y social inhiben la autonomía del pensamiento y prohíben la búsqueda de la verdad; aquellas que vienen del interior, encerradas a veces en el seno de nuestros mejores medios de conocimiento, hacen que los pensamientos se equivoquen entre ellos y sobre sí mismos. E. Morin (1999)
¿Cuándo la ilusión o el error toman por asalto al conocimiento, hasta el punto que pierda pertinencia? La respuesta es, cuando no se tiene en cuenta que todo conocimiento es un devenir, un acontecimiento que está sucediendo, no que ya ha sucedido y por lo tanto se ha estancado, lo cierto de ayer, es lo discutible de hoy y quién sabe mañana: Hasta hace algunos días Plutón era la novena cuenta del collar planetario alrededor del Sol, hoy a vista y paciencia de muchos y disgusto de algunos, ha sido degradado del estatus que ostentó por casi una centuria y ahora es poco más que un planetoide, y con esto a correr a corregir los libros de texto (Cf. Arguedas, 2013).
Cuando se absolutiza un punto de vista, descartando otros, sin dar paso al análisis, a la reflexión y a la posibilidad de la complementariedad e incluso al antagonismo de las ideas -lo que Morin define como dialógico - , se está en un error, y en el mejor de los casos se ha caído en una ilusión. Al fin de cuentas, parafraseando a L. Boff: “(…) todo punto de vista es la vista de un punto” (1986, p.10),
Vivir en el error o en la ilusión, puede darnos una sensación de felicidad y bienestar, que en alguna medida nos convence de haber logrado lo mejor de nosotros mismos, pero es un sueño pasajero, una quimera que nos abstrae de la realidad. En una analogía muy descriptiva, vivir en el error y la ilusión se asemeja a la condición de quien alucina por el efecto de un estupefaciente, al despertar se debe afrontar las consecuencias de los actos en que se ha incurrido, pues la enajenación no disculpa la responsabilidad por lo actuado y difícilmente cualquier estado alterado de la conciencia; puede producir actos y obras que enorgullezcan.
¿Cuáles son los principios que alejan al conocimiento del error y la ilusión? E. Morin (1999) propone algunas aproximaciones:
(…)la educación debe promover una “inteligencia general” apta para referirse, de manera multidimensional, a lo complejo, al contexto en una concepción global.
Los aspectos que se destacan son la necesidad de contextualizar el saber, ubicarlo en el aquí y el ahora, pero no únicamente, se debe partir que no son pocas las facetas del ejercicio del saber, son muchas las dimensiones, como muchas son las dimensiones que caracterizan lo humano en su individualidad tanto como en su colectividad. La realidad en sus múltiples manifestaciones es compleja por su estructura y por su constitución, y en el tiempo que nos ha tocado vivir, lo complejo ha adquirido carácter global, planetario. Tal es la afirmación de Morin, que compartimos.
Propone además una “inteligencia general”, en la que el desarrollo de las aptitudes generales potencie la capacidad de tratar los problemas particulares y en la que se supere la contradicción de la vía analítica para acceder al saber, que impide abordar los problemas esenciales que se presentan como complejos e integrados en múltiples aspectos. Una inteligencia general que no desdeñe las diferentes posibilidades para el saber:
No se trata de abandonar el conocimiento de las partes por el conocimiento de las totalidades ni el análisis por la síntesis, hay que conjugarlos. E. Morin (1999).
Volvamos ahora a la interrogante de inicio, y ensayar, tal vez mejor dicho, intentar un inicio de respuesta. En principio no podemos descartar al saber como un camino para mejorar y alcanzar mayores estadios de bienestar, queda aún por dilucidar en que medida el primero posibilita los segundos. Pero lo que si se puede afirmar es que el conocimiento pervertido por el error o por la ilusión, al dejar de lado los principios enunciados, ciertamente no nos acercan ni a lo mejor ni a la felicidad.
¿Para qué la búsqueda del saber?
Como se ha dicho no se puede descartar el conocimiento, en la búsqueda del mayor bien, entendido en dos de sus acepciones: la felicidad y la excelencia -cima de lo mejor-; lo que no se ha dilucidado es en que medida, contribuye a estos dos aspectos. Para iniciar una respuesta a esta interrogante, seguiremos igualmente las propuestas de E. Morin, quien se refiere al particular al enunciar aquello que se debe enseñar y por consiguiente se torna en vehículo para el conocimiento: La condición humana, la identidad terrenal, enfrentar las incertidumbres y la comprensión.
Enseñar la condición humana según Morin, implica tomar conciencia de lo que ya otro autor, M. Bunge señaló, “soy artificial por naturaleza” (1999, p.10), queriendo sintetizar la particular condición del género humano de “estar dentro y fuera” del orden natural. Somos parte del cosmos, compartimos la esfera física y la condición terrestre, somos un animal en proceso de continua hominización y por ello convergen en nosotros ambos aspectos, la meta entonces es la plena humanidad que no solo vincula lo biológico con lo cultural, sino que lo integra en una forma compleja. “El hombre- entendido como humanidad- solo se completa como ser plenamente humano por y en la cultura”, afirma E. Morin (1999), y para ello la cultura, es una manifestación del cerebro y la mente, pero en un lazo de realimentación continuo, a su vez esta condiciona la mente y esta hace lo propio con el cerebro. Se tiene así una relación de lo concreto y lo abstracto en continuo mutuo influjo.
Pero también en lo humano se sintetizan otras instancias bio-antropológicas: razón, afecto, impulso, todas ellas actuando concurrentemente y en continua lucha por prevalecer. Si en algún momento se dijo que lo característico del ser humano era la razón, este planteamiento la coloca a la par y con iguales oportunidades de sobresalir de los sentimientos y los impulsos. Nuevamente vuelven a converger lo animal y lo humano.
Lo complejo del ser humano no se acaba en las relaciones enunciadas, también se da la vinculación de individuo, comunidad y especie:
La complejidad humana no se comprendería separada de estos elementos que la constituyen, todo desarrollo verdaderamente humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y el sentido de pertenencia con la especie humana. E. Morin (1999)
No puede entonces disociarse la condición de individuo de la colectividad, pero aún se debe ir más allá; no puede quedarse la condición humana dentro de los estrechos límites de la nacionalidad local, pues la misma tiene su legítimo sentido en la ciudanía universal de la Tierra-Patria.
El último aspecto que delinea la situación humana, lo resume Morin en el denominado “homo complexus”, en el que se unen los puntos dicotómicos de la realidad de la persona en sus múltiples dimensiones: la razón-el delirio, el trabajo-el juego, lo real-lo imaginario, el ahorro-el derroche, lo prosaico-lo poético, en fin lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, “misterio”, incertidumbre diría Morin, de la condición humana.
Para E. Morin, lo que se debe enseñar es la identidad terrenal y por lo tanto es en este planteamiento donde debemos buscar el sentido del saber. Estamos en una etapa avanzada de la era planetaria: la mundialización y con ella los problemas adquieren un carácter que supera por mucho lo local e individual y ganan en complejidad y urgencia. Estamos ante la posibilidad de acabar con la vida tal y como la conocemos, no solo por los portentos tecnológicos de destrucción masiva, que llevan en sí la contradicción de los anhelos de la modernidad de progreso y desarrollo ilimitado, en productos que pueden. en un abrir y cerrar de ojos, hacer desaparecer no solo nuestra especie, sino al planeta mismo. Como también por el abuso y derroche de los recursos del planeta, que amenaza con acabarlo aún antes de que lo hagamos por los otros medios que el ingenio humano ha transformado en la nueva espada de Damocles, que pende sobre todo la humanidad. Pero no solo eso, podemos enumerar una cantidad por mucho tiempo impensable de “problemas globales”, cada uno por sí mismo, motivo de preocupación y si se quiere de desesperanza. Para una muestra, he aquí una lista preliminar: La destrucción del medio, que ya se ha señalado, la sobrepoblación, la pobreza, las pandemias de todo tipo y especie, las guerras, las migraciones forzadas, la hambruna, el tráfico de estupefacientes ilegales, la violencia, el totalitarismo, la esclavitud y no podemos dejar de mencionar al terrorismo, excusa favorita de los fundamentalistas de todo signo y confesión.
Ante este panorama global, no puede sino esperarse una respuesta de iguales proporciones, que abarque los efectos mencionados en sus causas, que a nuestro entender podemos resumir en dos: la ignorancia y el egoísmo. Y ante tales genuinos males universales, una esperanza:
Si es cierto que el género humano, cuya dialógica cerebromente no es cerrada, posee los recursos inagotados para crear, entonces podemos avizorar para el tercer milenio la posibilidad de una nueva creación: la de una ciudadanía terrestre, para la cual el siglo XX ha aportado los gérmenes y embriones. Y la educación, que es a la vez transmisión de lo viejo y apertura de la mente para acoger lo nuevo, está en el corazón de esta nueva misión. E. Morin (1999).
Tal vez, compartimos la misma posición de Morin, que puede tener visos de ingenuidad, pero al igual que lo prefiguraron los clásicos al hacer salir de la caja de Pandora, no solo toda clase de males y hay que ver que los de ahora, talvez son los peores, sino que permitieron la salida de la avecilla de la esperanza. En el siglo que dejamos atrás no solo no hemos metido en el atolladero sino que hemos liberado las potencialidades del ser humano en una palabra que cada vez se hace más grande: educación.
En otros ámbitos llaman “misterio”, lo que aquí Morin recoge como incertidumbre, que no es sino la limitación humana para acceder a la realidad y para anticipar lo porvenir. El autor es enfático al señalar que la incertidumbre ha estado y está presente en la historia humana y que por lo tanto lo que queda es aprender a enfrentarla en lo real, en el conocimiento y en la acción, mediante “la estrategia y la apuesta”. En la primera se configuran la prudencia y la audacia, en la segunda el reconocimiento de los riesgos que conlleva la decisión. La idea de progreso ya no es lineal y determinada, por el contrario su carácter es incierto y frágil, como camino queda confiar en lo inesperado y trabajar para lo improbable. Su frase lacónica resume su pensamiento:
La estrategia, como el conocimiento, sigue siendo la navegación en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas. E. Morin (1999).
Ante este pensamiento no nos queda sino confiar en la “embarcación”, que nos salva de hundirnos en este océano y nos transporta de una “isla a otra” y a nuestro entender, no es sino la educación.
El último aspecto que Morin, advierte como necesario es la enseñanza de la comprensión. La paradoja es esta en un mundo plagado de información y medios para la comunicación, la incomprensión parece crecer en proporciones aún mayores (Cf. Hernández, 2001). Educar para la comprensión humana es la “misión espiritual” de la educación:
Enseñar la comprensión entre las personas como condición y garantía de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad. E. Morin (1999).
La comprensión es el medio y fin de la comunicación humana, pero no está exenta de obstáculos tanto externos, como internos: A nivel externo, se puede señalar el “ruido”, presente en toda información, la polisemia de los conceptos, la ignorancia e incomprensión de los valores, imperativos éticos, visión de mundo y hasta la estructura mental ajenos. A lo interno los factores no son menos: el ego-centrismo, el etno-centrismo, el socio-centrismo, la incapacidad de concebir lo complejo y la reducción del conocimiento de un conjunto a una de sus partes.
Ante los obstáculos para la comprensión, Morin, propone una ética de la comprensión, que lo educativo debe promover, que en primer lugar debe propiciar la comprensión desinteresada, el “bien pensar”, ya caracterizado por integrar lo multidimensional, complejo, lo global, lo planetario. Un imperativo ético es el auto examen que permite la compresión de las propias debilidades y los obstáculos internos para comprender.
Al comprender la complejidad humana, la educación debe propiciar la apertura al otro y la tolerancia:
La única y verdadera mundialización que estaría al servicio del género humano es la comprensión, de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad. E. Morin (1999).
Entonces el para qué de la búsqueda del saber, por medio de la educación adquiere la forma de una respuesta a la condición humana, a la identidad terrenal del género humano, a los medios para enfrentar las incertidumbres y principalmente como vehículo para la comprensión.
¿Debemos prescindir del saber?
Aunque las respuestas propuestas a las interrogantes que anteceden a la presente ya de por sí perfilan una posible afirmación, es necesario profundizar un poco más.
El saber, ha sido definido como todos los conceptos trascendentales de lo humano de múltiples formas, al punto que sintetizar en una sola acepción tan rico vocablo, es una empresa sino imposible, cuando menos algo estéril. Es por ello que se llega a tener como un constructo dado, casi axiomático.
No seguiremos entonces el camino de ensayar una definición propia para, tratar de dilucidar la pertinencia del saber, lo daremos por hecho, el saber es el saber lo que sea que esto signifique. A pesar de lo anotado, invariablemente recurrimos a la asociación para darle significado a lo que de por sí lo tiene aunque se nos escurre “entre las manos” de la definición y es así que resaltamos un aspecto igualmente rico en significado invariablemente asociado al saber y es el de la conciencia. Esa propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta, o como otras acepciones la califican: conocimiento interior del bien y del mal, conocimiento reflexivo de las cosas, acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo. Estas definiciones tomadas prestadas del diccionario, en una suerte de recursividad nos hacen volver de nuevo al conocimiento -saber-, siendo así que el saber implica conciencia, como esta implica aquel. En nuestra necesidad de no recurrir a los lazos sin fin, bucles los llama Morin, que dificultan la aprehensión de conceptos, recurramos a este mismo autor, quien plantea el surgimiento de la conciencia en medio del complejo: individuo, sociedad, especie:
Toda concepción del género humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y del sentido de pertenencia a la especie humana. En medio de esta triada compleja emerge la conciencia. E. Morin (1999)
De la conjunción individuo-sociedad surge la idea de democracia como relación simbiótica de individuo y el colectivo. De la vinculación individuo- especie, surge la idea de la ciudadanía planetaria. Y de las dos relaciones señaladas se tiene la idea de la humanidad como noción ética: “ella es lo que debe ser realizado por todos y en cada uno”, E. Morin (1999), el imperativo es realizar la humanidad, para ello es necesario un cambio de pensamiento, una renovación de la conciencia, una nueva forma de abordar el saber.
¿Debemos entonces prescindir del conocimiento?, desde luego que no, lo que procede es: “una reforma no programática sino paradigmática, que concierne a nuestra actitud para organizar el conocimiento”, E. Morin (1999). Reforma que se hace necesaria para ser conscientes de la participación en la aventura de la humanidad.
Morin adelanta siete principios que deben guiar la reforma del pensamiento, en un afán por abarcar el contexto, lo mutidimensional, lo complejo, de tal forma que se puedan unir tanto explicación -enfoque objetivo-, como comprensión- enfoque subjetivo-, en el análisis de los fenómenos humanos.
A lo anterior agregaríamos nosotros, la necesidad de ir un paso más allá y del análisis holístico que se propone fijar como objetivo la transformación, de esta forma no solo se podría dar cuenta de lo humano, sino que se encauzaría hacia su construcción en su genuino sentido, puesto que esta transformación implicaría más que una evolución, una revolución paradigmática de la misma humanidad. Siguiendo la pedagogía de Morin, estableceríamos una triada: explicación, comprensión, transformación, en la cual cada elemento influye y es influido por los otros.
En fin, los siete principios que Morin extrae de la teoría de los sistemas autorregulados y la cibernética, que nos es familiar, nos hacen caer en cuenta de la capacidad humana de suscitar alternativas de solución a los problemas desde los campos menos esperados, parece ser que después de todo, un producto de la acción humana: la tecnología, puede al conjugarse con la filosofía y brindar una herramienta para superar la condición actual de lo humano, al menos en aquellos aspectos que lo alejan de su sentido trascendental. Estos principios son: La organización sistémica, el principio holográmico, la retroalimentación, la recursividad, el principio de autonomía-dependencia de organización y estructura, el principio “dialógico” y el de reintroducción. Más que explicarlos, los enunciamos para evidenciar que después de todo, aún hay esperanza y reiteramos, venida del “lugar” tal vez menos esperado, o tal vez no, puesto que hay quienes han identificado a la tecnología como algo propio de lo humano:
(…) el lenguaje procede de las señas y éstas evolucionaron al mismo tiempo que la confección de herramientas (la forma más simple de tecnología), cabría suponer que la tecnología es parte esencial de la naturaleza humana, inseparable de la evolución del lenguaje y la conciencia. Ello significaría que, desde los mismos albores de nuestra especie, naturaleza humana y tecnología han estado indisolublemente unidas.
F. Capra (2002)
Que el saber nos haga más felices o mejores, es algo que aún está por dilucidarse plenamente, lo que si es cierto es que su ausencia -la ignorancia- definitivamente no logra ni uno ni otro. No nos queda entonces otro camino, que “apostar como estrategia”, al camino del conocimiento, por medio de la educación; en procura de un mundo más humano y por lo tanto un mundo mejor y más feliz, al fin de cuentas volviendo a los pensamientos de Morin que nos han posibilitado la reflexión, este llega a la siguiente conclusión: “Kleist tiene mucha razón: El saber no nos hace mejores ni más felices”. Pero la educación puede ayudar a ser mejor y, si no más feliz, enseñarnos a asumir la parte prosaica y vivir la parte poética de nuestras vidas” (Morin, 2002, p.10).
Referencias bibliográficas:
Arguedas, D. (2013). A siete años de la expulsión de Plutón: el ‘principito’ desterrado. La Nación. Revista dominical. Recuperado de: http://www.nacion.com/ocio/revista-dominical/principitodesterrado_0_1362063795.html
Boff, L. (1986). Teología desde el lugar del pobre. Santander: Sal Terrae.
Bunge, M. (1999). Las ciencias sociales en discusión: una perspectiva filosófica. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
Capra, F. (2002). Las conexiones ocultas: Implicaciones sociales, medioambientales, económicas y biológicas de una nueva visión del mundo. Barcelona: Anagrama.
Hernández, D. (2001). "Información y conocimiento: nuevos desafíos de la educación". Revista Latina de Comunicación Social, 40. Recuperado de: http://www.ull.es/publicaciones/ latina/2001/latina40abr/109danielCR.htm
Los siete saberes necesarios a la educación del futuro. UNESCO (1999) Recuperado de: http:// www.bibliotecasvirtuales.com
Morin, E. (2002). La cabeza bien puesta: repensar la reforma, reformar el pensamiento. Buenos Aires: Nueva visión.