El sentido del ser y la superación de la metafísica en el segundo Heidegger
David Mayo-Sánchez*
Ahora bien, el ser, ¿qué es el ser? Es él mismo. El pensamiento del futuro
ha de aprender a experimentar y a decir esto. El ser; esto no es Dios y no es un fundamento del
mundo. El ser está más allá de todo ente y es a la vez más cercano al hombre
que todo ente, ya sea una piedra, un animal, una obra de arte, un ángel o
Dios. Martin Heidegger, Carta sobre el
Humanismo.
Resumen: El presente ensayo trata acerca del concepto
heideggeriano del ser a partir de su segundo período (Kehre), en el cual
desarrolla los conceptos de la nada y la diferencia ontológica como
fundamentales para su comprensión; además de la decisiva propuesta del filósofo
alemán en este período “la superación de la metafísica” desde el postulado
clave “el olvido del ser” y, lo que consecuentemente resulta de esto para la
filosofía misma.
Palabras clave: METAFÍSICA - ONTOLOGIA - NIHILISMO -
FILOSOFÍA
* Licenciado en Filosofía. Con estudios en la Universidad
Nacional de Costa Rica y en la Universidad Autónoma de Centro América y,
profesor de ésta última impartiendo los cursos de Lógica e Historia del
pensamiento filosófico.
Abstract: This paper discusses the heideggerian concept of Being from his second period (Kehre), which develops the concepts of nothingness and the ontological difference as crucial to their understanding, in addition to the proposal of the German philosopher decisive in this period “overcoming metaphysics” from key postulate “oblivion of Being” and consequently proves this to philosophy itself.
Key words: ONTOLOGY - METAPHYSICS - NIHILISM - PHILOSOPHY.
Recibido: 4 de setiembre de 2012
Aprobado: 22 de febrero de 2013
El enfoque
metafísico del pensamiento de Martin Heidegger, como interés primario, tiene su
raíz en su vasta formación académica -filosófica y teológica-, la cual tiene
como enfoque central el estudio de los textos aristotélicos y escolásticos. La
orientación ontológica de éstas escuelas de pensamiento y, propiamente su
tratamiento al problema del ser, ha
dado lugar a que Heidegger identifique la relevancia de la comprensión del ser
-ya que, según él, éste no ha sido pensado correctamente por la tradición filosófica-,
es decir, el desvelamiento del ser del ente, aquello que constituye al ente en
cuanto tal. Así, esa fascinación por indagar en el tema del ser, que según sus
propias declaraciones, surgió en 1907 cuando dio con un ejemplar de la tesis
doctoral de Brentano, “Sobre la múltiple significación del ser en Aristóteles”,
no le abandonó nunca y dio lugar a su prolífera producción filosófica
encaminada a dilucidar el problema ontológico del sentido del ser.
La pregunta por
el sentido del ser surge -y llega a Heidegger-, inicialmente, por la realidad
del ente, que desde la filosofía griega (to
on) y latina (ens) quedó
denominado como aquello que es, en
Heidegger das Seiende, es decir,
todas las cosas que “son”, y aquí el concepto que viene con el ente desde una
comprensión previa de otra cosa, aquello que determina al ente en cuanto ente,
el ser (das Sein). Desde estos principios, concluye Heidegger en la Carta sobre el humanismo, que “el ser está más allá de todo ente y a la vez
es lo más cercano al hombre, que no es Dios ni un fundamento del mundo…”,
es decir, que no es un ente entre los entes o una cosa que pueda ser
objetivada. En cuanto tal resiste a todo intento de definición. Es el más
universal de los conceptos y, por ende, indefinible. A esto, Heidegger se
pregunta nuevamente: ¿Qué es el ser? ¿Cómo se representa? ¿Cómo se piensa?, y
con ello mismo manifiesta: es necesario volver a plantear la pregunta por el
ser. Situación -ya bien sabida por Heidegger- que reiteradamente ha hecho la
metafísica occidental desde sus inicios.
Con esto Heidegger ha detectado una insuficiencia que en la historia de la
filosofía -propiamente la metafísica occidental- se ha dado al tratamiento del
problema del ser, que desde Parménides y Heráclito, Platón y Aristóteles,
pasando por la Escolástica y llegando hasta la filosofía moderna con Descartes
ha caído en el “olvido del ser”; con
ello el concepto metafísica viene a convertirse en sinónimo de olvido del ser (Seinsvergessenheit), un término que en el posterior desarrollo del pensamiento
heideggeriano adquiere una posición central. Ese olvido del ser, según
Heidegger, se ha dado fundamentalmente porque el ser ha sido confundido con el
ente. Es por ello que el filósofo alemán afirma contundentemente la superación
de la metafísica, ya que ella no ha llegado a pensar en la verdad del ser
mismo, sino que se ha quedado en la finitud y subjetividad del ser-ahí (Dasein), que es el comprensor del ser.
Esta misma superación, que consolida su decadencia principalmente desde la
metafísica moderna con el Cogito
cartesiano, “el cual interpreta al hombre como ente supremo, en la medida en
que lo establece como sujeto, frente
al que todo se convierte en objeto”, establece el arraigo del subjetivismo y del
relativismo que conduce a la maximización de la objetivación y manipulación del
ente por parte del hombre. Este mismo proceso de decadencia metafísica
occidental concluye con Nietzsche, según Heidegger, “el último metafísico de occidente” que con su filosofía de la Voluntad de poder y el Eterno retorno de lo mismo establece el
acabamiento de todo el proceso del pensar metafísico del ser entificado y, a la
vez, el fin de la metafísica, lo cual da lugar al verdadero nihilismo, la
negación del ser en cuanto tal.
Es en la segunda
etapa del pensamiento de Heidegger, conocida como “etapa o pensamiento
ontológico”, que el filósofo de Friburgo se propone, ya desde su paso por la analítica existencial, una vuelta o
inversión (Kehre) hacia el sentido
del ser, puntualmente, hacia el ser mismo, en otras palabras, hacia una
auténtica ontología objetivista. Ya su punto de partida no es el Dasein,
enfoque remitido a las estructuras existenciales y cognoscitivas del hombre,
sino que ahora es en el ser mismo, y para ello Heidegger se enfoca en el
pensamiento del ser, puntualmente, busca la comprensión del ser del ente en sí
mismo, lo que lo lleva a plantear varios temas importantes que pretenden
dilucidar el tema en cuestión; se trata de la diferencia ontológica que se da entre el ser y el ente, lo que
lleva a la confirmación de su tesis inicial, el ser no es un ente. Además, del problema de la nada, ya que según
Heidegger, pensar el ser conlleva además de positividad
la negatividad, lo que saca a la luz
la nada, que se establece como un preguntar por el ser mismo.
En la lección inaugural de su cátedra en la Universidad de Friburgo ¿Qué es Metafísica?, Heidegger trata el
tema de la nada, ya no en términos de
angustia y muerte como se ve en Ser y
Tiempo, sino como problema metafísico que remite a la comprensión del ser.
Heidegger inicia apuntando que todas las ciencias interrogan acerca del ente y nada más, así surge la pregunta por la
nada, ¿qué es esta nada?; con ello, Heidegger saca algo que parece simplemente
una expresión a una cuestión metafísica relevante para la ciencia. Esto es así,
según Heidegger, porque la expresión que contiene la palabra “nada”, no es
utilizada de manera arbitraria -pudiéndose utilizar otras expresiones-, sino que
esta nada denota un principio metafísico debido a que la ciencia delimita al
ente que investiga y esa misma delimitación habla de algo que ese ente no es,
en otras palabras, que el ente tiene un límite, lo que sería la nada. Siguiendo
a Heidegger, esto significa que si no nos preguntáramos que algo “es” no habría
nada. En palabras del propio
Heidegger: “Solamente porque la nada es
patente puede la ciencia hacer del ente mismo objeto de investigación”.
Planteada la
nada como saber necesario para la ciencia, surge la interrogante por la validez
del preguntarse por la nada precisamente porque ella misma no es un ente o un
algo. Es decir, que si el preguntarse por la nada o por lo que “no es” sea
válido para el razonamiento lógico. Pero es precisamente por esa negación del
“no es”, entendida desde el ente como la negación
de la omnitud del ente (Das Nichts ist Verneinung der Allheit des Seienden), que
Heidegger plantea la negación o el no
como un acto -lógico- específico del entendimiento. A esto,
Heidegger afirma, que la nada origina el no, y no a la inversa como comúnmente
se supone, ya que antes de negar algo se entiende primeramente que no es -nada-.
Según Heidegger,
la nada se revela en la angustia de la huida del ente en su totalidad, del
escape, del alejamiento del ente; esto representa la inestabilidad ontológica
del ente, el cual tiene la posibilidad de no-ser, de no existir como una
posibilidad real. Esto queda manifiesto en Introducción
a la metafísica con estas
palabras: “El fundamento interrogado es preguntado
ahora como fundamento de la decisión del ente contra la Nada; más rigurosamente
dicho: como fundamento de la oscilación del ente que, a medias siendo y a
medias no siendo, nos soporta y nos abandona…”. Esto es, en términos heideggerianos, el anonadamiento que hace patente al ente en cuanto tal, que lo hace
ente y no nada. Es decir, el ente se hace real ante la existencia humana
mediante la nada, que no es un simple contraconcepto, dice Heidegger, sino la
condición de patencia, contingencia y limitación del ente ante el Dasein. Por
primera vez mira el Dasein las cosas
que le rodean, y las ve no destacándose sobre un fondo humano, sino en
contraste con la nada.
La nada, continua Heidegger, no es
objeto ni ente alguno, y así el Dasein, que trasciende más allá de la
totalidad del ente, esto es, que percibe a los entes desde la nada como lo otro
posible y, desde el ser, que tampoco es un ente o cosa alguna -premisa que ha
sido central en el pensamiento del filósofo alemán-, sino que es aquello que
constituye al ente en cuanto tal. Esta relación queda explícita en ¿Qué es Metafísica? con estos términos:
La nada no nos proporciona el contraconcepto de
ente, sino que pertenece originariamente a la esencia del ser mismo”; la nada
no es ya este vago e impreciso enfrente del ente, sino que se nos descubre como
perteneciendo al ser mismo del ente; El ser y la nada van juntos[…] el ser es
por esencia, finito, y solamente se patentiza en la trascendencia de la
existencia que sobrenada en la nada.
Es así como
Heidegger ha colocado a la nada como igual con el ser, éste revela a los entes
desde su no-ocultamiento, ya que el ser
es la iluminación misma de los entes; lo que significa que la manifestación
ontológica de los entes en la existencia y la cognoscitiva en la verdad del ser
-αληθεια-, que
permite al ser y al pensar el estar presente el uno en y para el otro, se
da positivamente a través del ser; así queda plasmado en la Carta sobre el humanismo:
Lo que ocurre es, más bien, que el hombre se
encuentra «arrojado» por el ser mismo a la verdad del ser, a fin de que,
ex-sistiendo de ese modo, preserve la verdad del ser para que lo ente aparezca
en la luz del ser como eso ente que es.
Por su parte, la
nada, negativamente no patentiza al ente desde esa luz o claro (Lichtung) de la que habla Heidegger, sino más bien desde la anonadación (Nichtung), que no es
aniquilamiento ni mera negación, sino lo que patentiza al ente frente a la nada
como lo que desnudamente es, precisamente que es ente y no nada, o eso absolutamente otro frente a la nada;
quiere decir esto que la nada coloca al ente frente al Dasein como lo que es pero puede no ser, aquello otro que
también lo interpela para identificarse como limitado por la nada, a verse a sí
mismo frente a todo lo otro. Heidegger lo plantea en este texto ya de por sí
oscuro:
Solamente a base de la originaria patencia de la
nada puede la existencia del hombre llegar al ente y entrar en él. Por cuanto
que la existencia hace por esencia relación al ente, al ente que no es ella y
al que es ella misma, procede ya siempre, como tal existencia, de la patente
nada. Existir (ex-sistir) significa: estar sosteniéndose dentro de la nada.
Sosteniéndose dentro de la nada, la existencia está siempre allende el ente en
total. A este estar allende el ente es a lo que nosotros llamamos
trascendencia. Si la existencia no fuese, en la última raíz de su esencia, un
trascender; es decir, si, de antemano, no estuviera sostenida dentro de la
nada, jamás podría entrar en relación con el ente ni, por tanto, consigo misma.
Es así como la
nada se torna en una cuestión metafísica fundamental, que como afirma Heidegger
“…abraza a la metafísica entera” y, que colocándose a la par del ser como
posibilitadora de ente, se distancia de lo que históricamente -desde la metafísica
antigua y cristiana-, se concebía de la nada, como el contraconcepto del ente,
la negación del ente, sino que ahora se nos manifiesta como elemento
constituyente del ser de todo ente. Con esto Heidegger ha mostrado que con sus
especulaciones el problema de la nada es relevante no sólo para la metafísica,
sino para todo el pensar científico como delimitadora y configuradora, además
de que el mismo interrogador metafísico queda implicado en la nada, ya que ésta
afecta al ente en su totalidad y, por tanto, a su propio existir.
La pregunta por
el ser que se inicia desde El Ser y el
Tiempo, tiene como característica fundamental una notoria diferencia que
Heidegger pone con estas palabras: “El
ser de los entes no “es” él mismo un ente”. Esto significa que el ser que posibilita la existencia de los
entes no es igual a uno de ellos. Ser y ente no son lo mismo, hay un predominio
del ser sobre el ente. El ser y su
estructura están por encima de todo ente y de toda posible determinación de un
ente que sea ella misma ente. Esta
notoria diferencia ontológica, como
la llama Heidegger, es uno de los elementos claves para una legítima
fundamentación del ser.
Es en el segundo
período del pensamiento heideggeriano, que el filósofo alemán plantea esta
diferencia ontológica desde el marco de la fundamentación o el problema del
fundamento. Es así como desde su ensayo La
esencia del fundamento que inicia con una indagación acerca del “principio de razón”, postulado anteriormente
por Leibniz, el cual dice: “Nihil est
sine ratione, nada es sin razón (Grund)”;
esto es, que todo lo que existe, existe por otro, o tiene una causa o
fundamento que le hace ser. Asimismo, la verdad en general -natura veritatis-, que tiene parte junto
con el principio de razón suficiente en las “primeras verdaderas” -sostenidas
por Leibniz-, está asociada necesariamente a un fundamento, y que Heidegger
afirma con estas palabras: “Las
“verdades” -enunciados verdaderos- toman su naturaleza por referencia a algo
en razón de lo cual pueden ser acuerdos”. Con lo dicho, Heidegger sostiene que siendo el Dasein el
comprensor de los entes situados en el mundo y del ser del ente, es el mismo
Dasein el que hace fáctica la bifurcación necesaria de la esencia de la verdad
en general en verdad ónticaontológica.
Así, la verdad
óntica o la verdad del ente, en la cual los entes se hacen visibles (desocultamiento), esto es, la apertura
al mundo de los entes como proyecto instituido por el Dasein y en donde él
mismo está involucrado y en el que el mismo Dasein proyecta sus posibilidades,
esto representa fundamentación de significados de la totalidad de los entes en
el mundo. El fundar positivo del Dasein que abre el mundo como conjunto
articulado en la forma de la “justificación racional”. Así el Dasein se
constituye en “fundamento” proyector-comprensor, no de tipo metafísico ni de
principio de razón. Así queda plasmado en el siguiente texto:
El Dasein funda (erige) un mundo como fundándose
en medio del ente. En el fundamentar que erige, en cuanto proyecto de las
posibilidades de sí mismo, reside en que el Dasein en cada caso esté por encima
de sí. El proyecto de las posibilidades es, según su esencia, siempre más rico
que la propiedad que yace en el que proyecta. Pero esto es propio al Dasein,
porque en cuanto proyecta se encuentra en medio del ente. El proyecto de mundo
posibilita, una previa compresión del ser del ente, pero él mismo no es una
referencia del Dasein al ente.
A su vez la
verdad ontológica es la verdad del ser del ente, la comprensión del ser que es
la fundamentación primera y última, la posibilitación del ente en cuanto tal,
su es y su cómo es en su apertura al mundo. La esencia del fundamento es la triple diversificación del fundar que
surge trascendentalmente en: proyecto del mundo, conquista del ente y
fundamentación ontológica del ente. Lo
esencial en el ser es ser fundamento del ente, esto sería el principio
metafísico que realmente abre y posibilita toda realidad-proyecto y toda
fundamentación posterior del ente. Con ello, ente y ser se diferencian entre sí
y se refieren el uno al otro como lo fundando y el fundamento; este sería,
según Heidegger, el desocultamiento del ser, que siempre es en el ente como verdad del ser del ente. Esto quiere
decir que en la diferencia ontológica hay una concomitancia necesaria entre ser
y ente, prefijado, claro está, por el fundamento posibilitador del ser.
Con estas
indagaciones filosóficas -originales, hondas y oscuras a la vez- el pensamiento
de Heidegger ha tratado de dar respuesta a la pregunta por el sentido de ser,
tratando de evitar caer en la objetivación cognoscitiva del ser por parte del
sujeto -cosa de la que de seguro él mismo no ha escapado-, es decir, en la
categorización entitativa del ser y, para ello ha identificado -meritoriamente-
la importancia de lo no colocar al ser como un ente potencializado, sino
pensarlo como totalmente diferente al ente y con ello retomar la vieja e
importante cuestión del ser -ya de por sí difícil- en un tiempo de indigencia metafísica
y, esto último como resultado de los yerros -señalados por el mismo Heidegger-
que se han dado en el transcurrir del pensar metafísico occidental en cuanto a
la pregunta por el ser.
Es ese ser
fundamentante, posibilitador y patentizador del ente que anuncia Heidegger el
que no ha sido pensado en su verdad, ya que, la metafísica occidental ha
pensado al ente en cuanto al ente, y esto ha hecho que la metafísica desde sus
inicios haya caído en el olvido del ser. “En
ningún lugar nos sale al encuentro un pensar que piense la verdad del ser mismo
y, por tanto, la propia verdad en cuanto ser. La historia del ser comienza, y
además necesariamente, con el olvido del ser”. En consecuencia, la
metafísica debe ser superada, esto es, recuperar a la metafísica encaminándola
hacia el pensamiento de la verdad del ser, lo que se confirma en Heidegger que
esta superación no significa destrucción o aniquilación. Heidegger no pretendió
que se abandonará la Metafísica con su “superación”, sino que se recuperara
renovándola. Así plantea la connaturalidad metafísica del hombre, por la que
éste no puede abandonar esta empresa:
El ser vivo constituido de tal y tal modo, su
naturaleza, el qué y el cómo de su ser, es en sí mismo metafísico: animal
(sensibilidad) y rationale (no sensible). Metido de este modo dentro de los
límites de lo metafísico, el hombre queda adherido a la diferencia no
experienciada entre el ente y el ser. El modo del representar humano,
metafísicamente marcado, en ninguna parte encuentra otra cosa que no sea un
mundo construido metafísicamente. La Metafísica pertenece a la naturaleza del
hombre.
De esta forma
Heidegger inicia la labor de preguntarse ¿cómo el ser cayó en el olvido?
¿cuáles fueron las causas por la que la metafísica occidental cosifico al ser y
olvidó la diferencia entre éste y el ente? La experiencia del ser como olvido
presenta varios elementos que van constituyendo ese olvido a través del
desarrollo de la historia de la metafísica occidental, llegando a su culmen con
la modernidad cartesiana y su consecuente continuidad.
Con Descartes se
da la inmanencia del ente supremo de la antigüedad y el Medioevo, el sujeto
cognoscente -ego cogito- se entroniza
como fundamento de la realidad, objetivando, fijando a todo ente desde su
subjetividad. El sujeto, en el ordenamiento de la génesis trascendental del
objeto, es el primer objeto del representar ontológico. Con la res cogitans cartasiana queda instaurado
un subjetivismo de corte idealista y con tendencias al relativismo y al
humanismo nihilista de tipo posmoderno, el cual sienta las bases para la
debacle del ser y su consecuente disolución total. El ser objetivado es situado
en la realidad por un juicio o idea innata del cognoscente. La idea platónica
desciende de su lugar celeste y se instala en la conciencia humana. La entidad
es ahora obstancia, apunta Heidegger, dicho de otra forma, el enteobjeto que
está adelante del sujeto es manipulado e interpretado según un criterio que no
reconoce otro canon sino el mismo. En palabras de Heidegger:
La «Teoría del Conocimiento» y lo que se considera
como tal es en el fondo la Metafísica y la Ontología que se funda sobre la
verdad como certeza del representar asegurador. El discurso de la «Metafísica
del Conocimiento» se queda en el mismo malentendido. En realidad se trata de la
Metafísica del objeto, es decir, del ente como objeto, del objeto para un
sujeto.
Con el
trascendentalismo kantiano, continua Heidegger, se asegura la Metafísica
moderna, esto a través de la identificación plena de verdad y certeza y de la
percepción-configuración de la entidad
(ousía) del ente por parte de la subjetividad transcendental, pero
solamente la prepara para su consumación con el idealismo alemán (Hegel) y,
finalmente con Nietzsche. Es así, apunta el filósofo de Friburgo, porque: “El acabamiento de la Metafísica empieza con
la Metafísica de Hegel, la Metafísica del saber absoluto como voluntad del
espíritu”. Hegel supera los
términos de la subjetividad kantiana y se encumbra hacia la metafísica absoluta
del espíritu. El sujeto cartesiano, ahora Espíritu Absoluto, en otros términos,
la realidad total que deviene, es absolutamente inmanente, ya no hay ni
siquiera un ente supremo trascendente (objetivado), sino más bien el
ensimismamiento total de la voluntad del espíritu. A esto Heidegger concluye:
La Metafísica es fatalidad en el sentido estricto
de esta palabra, en el único sentido al que aquí nos referimos: en ella, como
rasgo fundamental de la historia acontecida de Europa occidental, deja las
cosas del hombre suspendidas en medio del ente, sin que el ser del ente pueda
jamás ser experienciado, interrogado y ensamblado en su verdad como el pliegue
de ambos, a partir de la Metafísica y por ésta.
Nietzsche y el fin del pensar metafísico
Según Heidegger, el pensamiento
de Nietzsche -como todo el pensar occidental- gira en torno a la pregunta
fundamental de la filosofía, ¿qué es el ente? y al cual Nietzsche da una nueva
y radical interpretación. Por esa razón es metafísico, y el último, bien afirma
Heidegger, ya que el filósofo de Röcken no alcanza a pensar la esencia del ser mismo; pero
además, Nietzsche es un pensador esencial, que piensa la totalidad del ente
como preeminencia sobre el ser, que representa la radicalización de la
subjetivación del ser del pensar metafísico moderno. Es con la “muerte de Dios” que Nietzsche, afirma
Heidegger, presenta la inversión de la metafísica, del platonismo y, con ello
el pensamiento metafísico occidental llega a su acabamiento, a su punto final.
Heidegger
interpreta las doctrinas fundamentales de Nietzsche “El eterno retorno de lo mismo” y la “Voluntad de poder como determinantes para la
culminación final del auténtico pensar del ser, ya que según Heidegger, estas
dos doctrinas centrales en el pensamiento de Nietzsche representan la
compresión del ser del ente. Primeramente, afirma Heidegger, que “la expresión «voluntad de
poder» nombra el carácter fundamental del ente; todo ente que es, en la medida
en que es, es voluntad de poder.” La voluntad de poder -entendida en Nietzsche como la esencia de la
realidad en autoafirmación, autoposesión, instauración, progresión ante la vida
(siendo ésta última el valor supremo)- determina, según la lectura que hace
Heidegger, la verdad del ente en cuanto pensar
en términos de valor y, entendido éste valor
como “formaciones de dominio” (la
ciencia -el conocimiento-, el arte, la política, la religión, la moral, etc.),
a saber, proyecciones, construcciones humanas ante la vida, es decir, según Heidegger, la inmanencia de la
vida misma, el mundo sensible -como la verdadera y única realidad-,
fundamentado desde la subjetividad de la voluntad de poder activa y creadora;
así lo refleja Heidegger en su obra Nietzsche:
El pensar en términos de valor forma parte
esencial de la identidad de la voluntad de poder, del modo en que ésta es
subiectum (basada sobre sí, subyacente a todo). La voluntad de poder se desvela
como la subjetividad que se distingue por pensar en términos de valor. Apenas
se experimenta el ente en cuanto tal en el sentido de esta subjetividad, es
decir como voluntad de poder, toda metafísica, en cuanto verdad sobre el ente
en cuanto tal, tiene que ser considerada en su conjunto como un pensar en términos
de valor, como un poner valores. La metafísica de la voluntad de poder
interpreta todas las posiciones metafísicas fundamentales que le preceden bajo
la luz del pensamiento del valor. Toda confrontación metafísica es un decidir
sobre el orden jerárquico de los valores.
Así, la realidad
en su totalidad es determinada por la voluntad de poder, la cual a partir de
las “formaciones de dominio” ordena
el devenir de la vida en todas sus
manifestaciones humanas como aseguramiento de la existencia misma afincada en
la tendencia a acumular poder. El mundo, tal como lo concibe Nietzsche,
consiste, pues, en combinaciones de fuerzas que luchan por el poder: unas
dominan y otras son dominadas, pero todas quieren el poder, quieren llegar
hasta donde pueden. Ese poder significa un querer
más, “querer permanecer en lo alto”,
el cual se constituye en la constante del mecanismo que opera dentro del
devenir de la repetición de lo mismo, esto
es, dentro de la finitud del mundo sensible, la única realidad. Con ello,
afirma Heidegger, es ese poder el que determina al ser, esto es, la esencia
misma del ente, en otras palabras, la entronización del hombre (del superhombre) como fundamento del mundo,
de los entes, del acaecer incesante de todas sus proyecciones y, por lo tanto, toda
referencia externa a la realidad intramundana de la voluntad de poder queda
suprimida. En palabras de Heidegger: En
efecto, fuera del ente en su totalidad no hay ya nada que pueda ser aún
condición del mismo.
De esta manera,
ese mismo ente en su totalidad determinado por la voluntad de poder, el cual
pone metas o fines sometidos ya de ante mano por el mismo apoderamiento, se
constituye en eterno retorno de lo mismo, por cuanto no hay nada en sí fuera de la determinación y
condicionamiento del poder. Es por ello que ese devenir del poder eterno,
inmanente, ensimismado y conservado es finito, limitándose a sí mismo y, nada
novedoso le es agregado, ya que, según Heidegger, la carencia de un progresar hacia un fin en sí, limita las
ordenaciones o estructuraciones humanas de la realidad. Por ello el ente, en
cuanto totalidad, retorna a lo mismo como existencia
consistente para así poder superarse y, con ello devenir.
Así, el eterno retorno de lo mismo se constituye como el ente en su
totalidad o, en otras palabras, como la
determinación fundamental de la totalidad del mundo, con ello se afirma que
el cómo del ente es una absoluta
finitud que deviene infinitamente en el tiempo a lo mismo. Esto muestra una
permanencia -el devenir infinito- en medio de un cambio constante, permanencia
que tomaría el lugar del ser Ideal platónico, eterno e inmutable -la verdadera realidad- por el devenir
fáctico e intramundano nietzscheano -la
realidad aparente-; en palabras de Heidegger:
…el ser entra en contraposición y en competencia
con el devenir en cuanto éste reclama el lugar del ser[…] Nietzsche, que
invierte el platonismo, traslada el devenir a lo «viviente» en cuanto caos «que
vive corporalmente». Este suprimir la contraposición de ser y devenir
invirtiéndola constituye el auténtico acabamiento.
Ese acabamiento de la metafísica, sostenido por Heidegger, se constituye
finalmente como “carencia de sentido”,
como ausencia de proyecto, lo cual
representa de igual manera el
distanciamiento con la esencia de la verdad -αληθεια-, entendida ésta desde Heidegger, como libertad, es decir, como dejar-ser -desocultamiento- al ente -y por tanto al ser-, a fin de que éste se
revele como apertura originaria para su consecuente corrección proposicional.
Ese no dejar-ser al ente, se constituye
en Nietzsche como manipulación e instauración de nuevos valores (la transvaloración
de todos los valores), y ello es posible debido a que desde la metafísica
de Platón se ha interpretado o manipulado al ente y al ser, en este caso como Idea y, con Nietzsche lo que queda es la
reducción radical del ente y del ser a la pura facticidad de la vida como
acrecentamiento del poder. Con esto, la metafísica como pensamiento de la
verdad del ente y, en último término de la verdad del ser “olvidado”, ha quedado
definitivamente suprimida, a expensas, como afirma Heidegger, de “una posición de poder del hombre” creador
de valores ante una nada que se ha instaurado en el mundo.
Con la supresión
o transposición nietzscheana de los valores metafísicos instituidos desde
Platón, pasando por el Dios creador cristiano, la razón ilustrada, el Absoluto
hegeliano, etc., la metafísica de Nietzsche se torna en una nueva posición de
valor, en palabras de Heidegger: “…consiste
en una «transvaloración de los valores válidos hasta el momento»; esto,
según el filósofo de Friburgo, constituye la esencia del nihilismo. Un
nihilismo que no significa una nada absoluta, sino sólo el derrumbamiento de lo
que hasta ahora ha dado sentido y configurado al ente en su totalidad, que
además es lo único que permanece y, que al mismo tiempo no propone otro
fundamento supremo de tipo platónico; afirma Heidegger: “Nada significa aquí ausencia de mundo suprasensible y vinculante”. Es por ello que, según Heidegger, que
nihilismo significa liberación -de
mundo suprasensible-, es decir, que
el ente en su totalidad se presenta ahora bajo una nueva condición metafísica,
la del mundo material del devenir y de la vida.
Sobrevenido el
nihilismo como talante propio de la historia moderna de Occidente, sólo queda
el nuevo carácter fundamental del ente, aquel principio determinante -la
voluntad de poder-, y a la vez negador de todo ente existente en sí, de todo lo anterior que la metafísica de la
trascendencia instauró como lo verdadero. Heidegger asevera que este nihilismo
nietzscheano da como resultado el final de la metafísica o del pensar
metafísico occidental, y con ello, la metafísica de Nietzsche, llamada por
Heidegger metafísica de la incondicionada
subjetividad de la voluntad de poder, en donde la animalidad, la subjetividad del cuerpo con todos sus impulsos y
afecciones se posiciona como rectora de la realidad total, se afianza como el
acabamiento total de la esencia de la metafísica de Occidente, esencia que ha
sido invertida y eliminada definitivamente, en donde la preeminencia del ente
se ha absolutizado, dando lugar así a la eliminación radical del pensar el ser.
Toda la metafísica en cuanto tal -como historia del pensamiento
occidental-, sostiene Heidegger, es nihilismo, desde Platón hasta Nietzsche,
una historia en la que del ser mismo no
hay nada, permanece fuera y, esto
es así, porque categóricamente advierte Heidegger, la metafísica desde sus
orígenes hasta la modernidad no ha desocultado
al ser mismo, es decir, que la verdad de ser y, por tanto, la del ente en su
totalidad, permanecen ocultas. Por tanto, el nihilismo y con ello la
metafísica, en su esencia vendría a ser, en palabras de Heidegger, misterio de la historia del ser, misterio
que en la filosofía nietzscheana parece insuperable, ya que, según el eterno
retorno no hay fin, no hay meta, no hay sentido, es un volver hacia la nada
eternamente. Así lo escribe Heidegger:
En este pensamiento se eterniza en cierto sentido
el «para nada», la falta de una meta última, y es, en tal medida, el
pensamiento más paralizador. «Pensemos este pensamiento en su forma más
terrible: la existencia, tal como es, sin sentido ni meta, pero retornando
inevitablemente, sin un final en la nada: “el eterno retorno”. ¡Ésta es la
forma más extrema de nihilismo: la nada (lo “sin sentido “) eternamente!» (La
voluntad de poder, n. 55; 1886-1887)
Llegamos así a
la finalización de la metafísica, y con ello, al de la filosofía -sostiene
Heidegger-, con la instauración del nihilismo nietzscheano, que desde la
voluntad de poder y el eterno retorno de lo mismo suprime a todo ente
prefigurado desde categorías metafísicas objetivantes, a saber, la
“desvalorización” que establece la caída de los valores supremos. Según esto,
el ser no puede ser pensado desde la representación tradicional de la
metafísica, que con sus categorías no pregunta por la verdad misma del ser,
sino que lo piensa como ente y no ve la diferencia entre ambos. Es por ello que
para Heidegger Nietzsche es el último metafísico de occidente, su filosofía
pone fin al pensar metafísico, porque
lleva a la metafísica occidental a su esencia nihilista, a su término, puesto
que el ser permanece todavía impensado y, más aún, se hunde en la entificación
de la totalidad de lo real, en lo mundano, en el olvido; es la historia que
encarna el olvido del ser.
El final de la filosofía
Heidegger afirma sin reservas “La
Filosofía es Metafísica”, cuya labor es fundamentar al ente en su totalidad y, con ello ha presentado al ser como dicho
fundamento. Así, la historia de la filosofía ha buscado ese fundamento y, desde
ahí surgen las diferentes filosofías que tratan de explicar qué o quién es ese
ser, como por ejemplo -escribe Heidegger-: “como
causa óntica de lo real, posibilidad trascendental de la objetividad de los
objetos, mediación dialéctica del movimiento del espíritu absoluto, del proceso
histórico de producción, como voluntad de poder creadora de valores”, y de
esta forma, representa al ser de lo fundado como igual a lo fundado, llegando
con esto a su posibilidad límite, a
partir de la inversión que la metafísica nietzscheana hace del platonismo. De
manera que la historia de la filosofía concluye con la apropiación del mundo
(lo fáctico, que es la única realidad) por parte del hombre y sus producciones.
Esto es debido, reitera nuestro filósofo, a la posición en la que ha quedado el
ser en el pensamiento occidental. Queda confirmado con estas palabras:
…el vacío del estado de abandono del ser, en el
seno del cual el consumo del ente para el hacer de la técnica, a la que
pertenece también la cultura, es la única salida en la cual el hombre
obsesionado en sí mismo puede salvar aún la subjetividad…
A
este mismo respecto también escribe en su obra Tiempo y
Ser:
La Filosofía se transforma en ciencia empírica del
hombre, de todo lo que puede convertirse para él en objeto experimentable de su
técnica, gracias a la cual se instala en el mundo, elaborándole según diversas
formas de actual y crear. En todas partes, esto se realiza sobre la base, según
el patrón de la explotación científica de cada una de las regiones del ente.
La expresión “final de la filosofía”
entendida como el acabamiento de la metafísica occidental o lugar en el que se
reúne la totalidad de su historia en su posibilidad límite, está constituida en
el devenir de los elementos histórico-filosóficos que han propiciado el cese de
la manera específica de pensar de la filosofía. Es inicialmente con la
reinversión del platonismo -que es metafísica y, por tanto, filosofía-, esto a
partir de Nietzsche principalmente, que se alcanza una insuficiencia en la
filosofía como dadora del sentido del ser. De igual manera el
surgimiento-formación y su consiguiente separación de las ciencias encarnan no
simplemente la desintegración de la filosofía, sino su acabamiento. Heidegger
afirma que el carácter científico-técnico o cibernético del mundo ha desplazado
a la filosofía en el intento de exponer las “Ontologías
de las correspondientes regiones del ente”, y ha atribuido una función
cibernética a las categorías y conceptos de tipo ontológico, dando como
resultado el triunfo de las ciencias tecnificadas y particulares y, como
resultado, el final de la filosofía.
Ahora bien, según Heidegger, la tarea que le queda a la filosofía es la de
preguntar por el significado del pensar, es decir, determinar aquello que
concierne al pensar, lo que es motivo de cuestionamiento. Ahora todo pensar
filosófico se direcciona “a la cosa misma”, esto a partir del claro (Lichtung) de la verdad, la luz de la
razón. Y es desde la verdad -αληθεια- entendida como no-ocultamiento, como el
claro que permite al ser y al pensar el estar presente el uno para el otro, es
decir, como lo único que permite la posibilidad de la verdad. Esta apreciación
de la verdad como presencia ex-tática
del hombre ante lo presente, esto es, ante la posibilidad del claro. A esto, las consecuencias en el tema
de la verdad son remitidas a un nuevo sentido metafísico direccionado a una
tensión hacia un pensamiento totalmente diferente (Verwindung) que según su pensamiento se realizará constituyendo la
técnica como continuación y cumplimiento de la metafísica occidental, que puede
conducir a resultados insuficientes, a vagabundeos inciertos del nuevo
pensamiento europeo-occidental de un mundo científico-técnico que ha suplantado
el pensar exclusivo de la filosofía.
Ante esta crisis del pensar metafísico, filosófico, Heidegger no renuncia a
la metafísica, a su labor de pensar la verdad de ser, de insistir en resaltar
la distinción entre el ser y el ente y, advierte que la humanidad del futuro no
podrá desligarse del modo de pensar metafísico, ya que esa ha sido la
motivación incesante del pensar filosófico desde sus inicios y es la esencia
misma que provoca ese pensar, esto como necesidad elemental del hombre que
busca la comprensión del ser. Esa metafísica resucitará o deberá regresar,
anuncia Heidegger, bajo formas
modificadas, transformada, para constituirse indiscutiblemente en el saber
humano fundamental. A esto, Heidegger llama a recordar (Andenken) al ser olvidado en la historia, lo que implica una reivindicación del ser mismo en su
verdad.
(1966).
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